La vida en las calles latinoamericanas
La vendedora de rosas es una película extremadamente dura y con vocación de retrato social. Se trata de cine comprometido con la propia comunidad. A través de ella nos acercamos a una serie de personajes, niños y niñas de la calle, totalmente vulnerables, sometidos a unas condiciones que les rebasan totalmente. Ante la situación de empobrecimiento y falta de oportunidades estos niños y niñas han acabado en una espiral de violencia, drogadicción, delincuencia, abuso y degradación. Sus mismos actores y protagonistas prácticamente se interpretan a sí mismos o a muchos otros como ellos: son también niños y niñas de la calle.
La historia real de la actriz protagonista de la película, Leidy Tabares, que interpreta el personaje de Mónica, es especialmente reveladora de la vida y destino de muchos de estos niños y niñas de la calle que habitan en las grandes ciudades de los países del sur. Leidy Tabares es hija de una madre alcohólica que tuvo siete hijos de siete padres distintos. A los cinco años Leidy huyó de su casa, donde sufría maltrato, para empezar a vivir en las calles de Medellín. No asistió a la escuela y sobrevivió vendiendo rosas en las calles y bares. Hasta los 13 años, que fue cuando hizo la película, ésta había sido la historia de su vida. Pero el film, que fue un éxito en Colombia y en el mundo entero, permitió que Leidy empezara a cambiar su suerte y tuviera otras apariciones en televisión. Famosa y popular, trató de poner en marcha una Fundación para ayudar a los niños de la calles, pero la iniciativa no fructificó. El éxito fue pasajero: Leidy volvió a las calles de Medellín, donde continuó su vida. Allí presenció el asesinato de su compañero sentimental y padre de su primer hijo. Pero la tragedia no acabó ahí: arrestada en el año 2002, desde entonces ha estado en prisión, acusada de participar en el asesinato de un taxista. Pero la suya no es una historia singular, buena parte de los actores que aparecen en la película a los pocos años estaban muertos. Triste destino el de estos niños y niñas de la calle.
La historia de estos niños y niñas tiene su origen en los procesos de empobrecimiento a las que se han visto sometidos la gran mayoría de países del sur. Las políticas de ajuste estructural, la liberalización a ultranza, la reducción del Estado y abandono de las políticas sociales que se ha llevado a cabo bajo los dictados del credo neoliberal han generado pobreza extrema. Y entre los sectores más vulnerables siempre acabamos encontrando a los más débiles, niños y niñas que ven cómo sus derechos fundamentales son violados. Uno de los signos más evidentes de esta situación es la misma violación del derecho a tener una infancia y a desarrollarse hacia una vida adulta según los procesos de desarrollo que una determinada sociedad ha consensuado. Esto es lo que ocurre con los niños y niñas de la calle que vemos retratados en esta película. Se trata de una infancia obligada a quemar etapas, a vivir y asumir responsabilidades antes de tiempo. Pero es una infancia a la que se están violando sus derechos a una alimentación sana y equilibrada; a la educación; a una vivienda digna; a ser cuidados, amados y respetados. En el caso de las niñas la situación se vuelve aún más vulnerables, víctimas de posibles abusos y de la explotación sexual.
Colombia, y más concretamente la ciudad de Medellín, es un escenario perfecto para mostrar esta realidad. No es vano es uno de los países de mayor desigualdad social y violencia de América Latina. En los años ochenta murieron en las calles de este país entorno a 50.000 niños y niñas. Son los "desechables", eliminados porque resultaban molestos. En una entrevista concedida desde la cárcel al periodista Juan Carlos Roque, Leidy Tabares afirmaba: "La gente no nos da importancia, la gente nos ve como los malos de la sociedad, como los que dañan, como la mancha negra en la leche. Mas, no piensan que esa mancha la pueden cambiar ¿por qué matan tantos niños en la calle? Porque toman alcohol, porque roban... Pero, no se detienen a preguntar ¿por qué lo hacen? Sino que se dedican a juzgarnos y a acabar con ellos en vez de darles las oportunidades de ser personas, de ser gente de bien, que lucha; porque entre ese mundo hay gente que quiere salir de ahí y que uno, dándoles la oportunidad, ellos demuestran muchas cosas que a lo mejor mucha gente desconoce. Porque son mendigos, porque la gente les da plata, ellos nunca van a salir de ser mendigos porque siempre la gente les va a dar plata en vez de darles la oportunidad de hacer algo. Le echo la culpa a eso, a la falta de oportunidades, a la falta de apoyo, de confianza, de seguridad de lo que pueden hacer."
Un denominador común en la situación de todos estos niños y niñas de la calle es la falta de reconocimiento. En una entrevista concedida por el director del largometraje, Víctor Gaviria, afirmaba al respecto: "Los niños, por ejemplo, que por primera vez iban a poder decir quiénes eran, algo que les hace mucha falta, pues son niños muy poco reconocidos en el mundo. No tienen ningún tipo de reconocimiento. Entonces la película era una forma de que ellos llegaran a ser unas personas íntegras, en el sentido de ser reconocidas."
El trato que la sociedad da a estos niños y niñas de calle es deshumanizante. Socialmente se construye una imagen de ellos entre la repulsión y el miedo, que genera distancia. Es por eso que algunas de las escenas más interesantes de la película son en las que podemos ver recreadas sus alucinaciones y sueños, porque nos acercan a su vida interior. El director de la película, Víctor Gaviria, convivió muy de cerca con los niños y niñas protagonistas de la película y pudo conocer de cerca estos sueños y alucinaciones. Al respecto cuenta en una entrevista: "Los niños y adolescentes sacoleros "sueñan", alucinan y tienen visiones de imágenes pacientemente construidas: ven a su mamá, que está tan lejos, aparecer de pronto para regañarlos e indicarles un camino que ellos odian sin saber la razón... A veces sueñan con la Virgen María, aparición dulcísima, que está suspendida sobre la calle, y les murmura, sin traicionar los labios, palabras de cariño saturadas de dulzura increíble... Luego la Virgen se transforma en la mamita, la abuelita que le ordena dejar la botella de sacol y volver al internado de las monjas... O sueñan que son más altos que los edificios, o sueñan que se hacen tan pequeños que ya nadie los ve ni los persigue... O viendo rostros cambiantes en las nubes del cielo, o con amigos queridos que conversan con ellos durante horas, amables y agradables, riéndose de la gracia absurda de las palabras... "
La vendedora de rosas cuenta la triste historia de unos niños y niñas abandonados y excluidos que tratan de sobrevivir. Y para ello crean su propia subcultura, con sus normas, sus códigos, sus censuras, sus miedos, sus esperanzas. La película nos ayuda a adentrarnos en el submundo de estos supervivientes.
La historia de estos niños y niñas tiene su origen en los procesos de empobrecimiento a las que se han visto sometidos la gran mayoría de países del sur. Las políticas de ajuste estructural, la liberalización a ultranza, la reducción del Estado y abandono de las políticas sociales que se ha llevado a cabo bajo los dictados del credo neoliberal han generado pobreza extrema. Y entre los sectores más vulnerables siempre acabamos encontrando a los más débiles, niños y niñas que ven cómo sus derechos fundamentales son violados. Uno de los signos más evidentes de esta situación es la misma violación del derecho a tener una infancia y a desarrollarse hacia una vida adulta según los procesos de desarrollo que una determinada sociedad ha consensuado. Esto es lo que ocurre con los niños y niñas de la calle que vemos retratados en esta película. Se trata de una infancia obligada a quemar etapas, a vivir y asumir responsabilidades antes de tiempo. Pero es una infancia a la que se están violando sus derechos a una alimentación sana y equilibrada; a la educación; a una vivienda digna; a ser cuidados, amados y respetados. En el caso de las niñas la situación se vuelve aún más vulnerables, víctimas de posibles abusos y de la explotación sexual.
Colombia, y más concretamente la ciudad de Medellín, es un escenario perfecto para mostrar esta realidad. No es vano es uno de los países de mayor desigualdad social y violencia de América Latina. En los años ochenta murieron en las calles de este país entorno a 50.000 niños y niñas. Son los "desechables", eliminados porque resultaban molestos. En una entrevista concedida desde la cárcel al periodista Juan Carlos Roque, Leidy Tabares afirmaba: "La gente no nos da importancia, la gente nos ve como los malos de la sociedad, como los que dañan, como la mancha negra en la leche. Mas, no piensan que esa mancha la pueden cambiar ¿por qué matan tantos niños en la calle? Porque toman alcohol, porque roban... Pero, no se detienen a preguntar ¿por qué lo hacen? Sino que se dedican a juzgarnos y a acabar con ellos en vez de darles las oportunidades de ser personas, de ser gente de bien, que lucha; porque entre ese mundo hay gente que quiere salir de ahí y que uno, dándoles la oportunidad, ellos demuestran muchas cosas que a lo mejor mucha gente desconoce. Porque son mendigos, porque la gente les da plata, ellos nunca van a salir de ser mendigos porque siempre la gente les va a dar plata en vez de darles la oportunidad de hacer algo. Le echo la culpa a eso, a la falta de oportunidades, a la falta de apoyo, de confianza, de seguridad de lo que pueden hacer."
Un denominador común en la situación de todos estos niños y niñas de la calle es la falta de reconocimiento. En una entrevista concedida por el director del largometraje, Víctor Gaviria, afirmaba al respecto: "Los niños, por ejemplo, que por primera vez iban a poder decir quiénes eran, algo que les hace mucha falta, pues son niños muy poco reconocidos en el mundo. No tienen ningún tipo de reconocimiento. Entonces la película era una forma de que ellos llegaran a ser unas personas íntegras, en el sentido de ser reconocidas."
El trato que la sociedad da a estos niños y niñas de calle es deshumanizante. Socialmente se construye una imagen de ellos entre la repulsión y el miedo, que genera distancia. Es por eso que algunas de las escenas más interesantes de la película son en las que podemos ver recreadas sus alucinaciones y sueños, porque nos acercan a su vida interior. El director de la película, Víctor Gaviria, convivió muy de cerca con los niños y niñas protagonistas de la película y pudo conocer de cerca estos sueños y alucinaciones. Al respecto cuenta en una entrevista: "Los niños y adolescentes sacoleros "sueñan", alucinan y tienen visiones de imágenes pacientemente construidas: ven a su mamá, que está tan lejos, aparecer de pronto para regañarlos e indicarles un camino que ellos odian sin saber la razón... A veces sueñan con la Virgen María, aparición dulcísima, que está suspendida sobre la calle, y les murmura, sin traicionar los labios, palabras de cariño saturadas de dulzura increíble... Luego la Virgen se transforma en la mamita, la abuelita que le ordena dejar la botella de sacol y volver al internado de las monjas... O sueñan que son más altos que los edificios, o sueñan que se hacen tan pequeños que ya nadie los ve ni los persigue... O viendo rostros cambiantes en las nubes del cielo, o con amigos queridos que conversan con ellos durante horas, amables y agradables, riéndose de la gracia absurda de las palabras... "
La vendedora de rosas cuenta la triste historia de unos niños y niñas abandonados y excluidos que tratan de sobrevivir. Y para ello crean su propia subcultura, con sus normas, sus códigos, sus censuras, sus miedos, sus esperanzas. La película nos ayuda a adentrarnos en el submundo de estos supervivientes.
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