miércoles, octubre 31, 2007


Genealogía de la rebelión silenciada



Cinco años después de su aparición original en inglés (2001), llega a nuestro país una de las más importantes contribuciones que en los últimos años se han hecho sobre la independencia de México: La otra rebelión. La lucha por la independencia de México, 1810-1821 del historiador norteamericano Eric Van Young (Ph. D. Berkeley, 1978).
Para la realización de esta monumental obra, Van Young dedicó años a escudriñar toda clase de documentos de la época: desde los fondos de bienes nacionales, los registros de cárceles y presidios, las confesiones de criminales, las crónicas de epidemias y las actas de hospitales hasta la correspondencia de virreyes que se encuentra en el Archivo General de la Nación, esto aunado a la revisión crítica de una gran cantidad de documentos y bibliografía de diversas bibliotecas de las principales universidades norteamericanas.
Sin embargo, la gran originalidad de Van Young, y el gran aporte de su libro, consiste en prestar atención no a las grandes batallas de la guerra de Independencia ni a los grandes líderes insurgentes o a sus contrapartes realistas, sino al pueblo, a las clases más bajas de la sociedad colonial, a esos “condenados de la tierra” a quienes lo que los estudios poscoloniales llaman “grupos subalternos”. Van Young emprendió la titánica labor de poner al descubierto las ideas y aspiraciones del grueso de la población rural novohispana, mismas que la llevaron a tomar el camino de las armas, a emprender esa otra rebelión. Gracias a esta atención detallada que Van Young le presta a estos grupos subalternos, podemos entender que las aspiraciones de éstos diferían mucho de las motivaciones de los líderes insurgentes. Y de paso, nuestro autor arremete contra las tesis tradicionales de la historiografía mexicana, especialmente contra aquella corriente que él define como “romántico-nacionalista” (pasión, o mejor dicho: obsesión historicista que padecen, según Young, la mayoría de los historiadores del siglo XIX, aunque también en el XX es posible encontrarlos: él menciona, entre otros, a Enrique Krauze) que solía narrar la gesta desde una visión esencialista: en ella, estos grupos populares seguirían a Hidalgo, y en especial a su estandarte de la Virgen de Guadalupe, automáticamente, casi como un reflejo pavloviano.
A diferencia de casi la totalidad de la historiografía sobre el tema, Van Young no apela exclusivamente a causas económicas para explicar la rebelión popular que se dio al inicio del estallido insurgente en 1810, sino que recurre y le da prioridad a explicaciones de índole cultural, sin que ello signifique que menosprecie los aspectos materiales.
Lo que realmente hace es una antropología histórica del movimiento de independencia, siguiendo para ello los trabajos teóricos y prácticos de dos aclamados antropólogos norteamericanos: Clifford Geertz y Marshall Sahlins. Para este último, la cultura es la base o, si se prefiere, la estructura en la que toda acción se realiza y, por lo tanto, influye en la acción de los individuos, pero al no ser la cultura una categoría estática, sino dinámica e inserta en un espacio y un tiempo, se ve afectada y modificada a su vez por las acciones o hechos de estos mismos individuos. Van Young toma nota de esto: en la extensa documentación que utilizó confirmó que la población rural del México colonial no sólo actuaba guiada por una “razón práctica”, sino también, y ante todo, por una “razón simbólica”.
La microhistoria italiana, especialmente la de corte más antropológico al estilo Carlo Ginzburg, también ejerció una poderosa influencia en la metodología empleada por nuestro autor para estudiar con detalle, y en la medida en que las fuentes documentales lo permitían, el entramado social y cultural en el que día a día se tejían las relaciones de aquellos participantes en la lucha, al menos de los que se tuvo conocimiento gracias a la documentación expedida por las autoridades realistas al momento de su detención. Así, de manera inductiva, partiendo desde la particularidad del comportamiento individual y de grupo, Van Young continúa su investigación para ampliar nuestro conocimiento histórico sobre la mentalidad y el pensamiento político rural de finales del periodo colonial.
Gracias a la profundidad de sus cuestionamientos, a la inquisición de las fuentes primarias y a sus preferencias teóricas, Van Young exhibe las limitantes de las causas económicas a la hora de explicar el origen de la lucha independentista: en los pueblos involucrados en la gesta la etnicidad avalaba el acceso a los recursos económicos, por lo tanto, el conflicto por el control de estos recursos estaba cargado de cuestiones de identidad y de tensiones interétnicas. Asunto capital que se ha pasado por alto en las reflexiones de los múltiples estudiosos del tema. Gracias a los aportes de esta obra, podemos tener ahora una mejor idea sobre la representación de la cultura política, la cosmovisión religiosa y la identificación étnica de los habitantes del campo colonial mexicano en los años en que inició el conflicto armado y cómo este mismo conflicto modificó en algunos casos la cultura de tales grupos subalternos.
Un debate que a lo largo del tiempo se ha mantenido al interior de la historiografía sobre la Independencia es definir si ésta fue realmente una revolución social en el amplio sentido del término, es decir, si logró transformar las estructuras sociales y económicas de la sociedad mexicana de entonces. Para Van Young, y éste es otro valioso aporte de su obra, no hubo una revolución social como tal a gran escala, tan sólo se manifestó al nivel más local y comunitario. Esto es, la gente del campo se lanzó a la lucha en defensa de los recursos de su comunidad y de sus relaciones fundamentales de propiedad, sin pensar en que México era un país que existía como tal desde hace siglos, pero ahora se encontraba bajo el yugo de España y había llegado el momento de liberarlo.
De hecho, lo que caracterizó a la insurgencia mexicana, en palabras de Van Young, fue que las energías localistas y la variedad de circunstancias que impulsaron estos movimientos populares resultaron las mismas que impidieron la formación de una coalición ideológica o militar que hubiera facilitado mejores recompensas.
Este movimiento popular que Van Young define como “la otra rebelión” le ha permitido al autor afirmar que entre las características del periodo insurgente mexicano (1810-1821) está el hecho fundamental de que se libraron en realidad dos batallas a la vez: una anticolonial y otra interna, y que fue la primera rebelión masiva del siglo XIX en la que, bajo un “incipiente contexto nacionalista”, se presentarían elementos de confrontación étnica. Por ello, su postura lo lleva a enfrentarse con la influyente tesis de Jaime Rodríguez, quien vincula la independencia de México a la “era de las revoluciones democráticas” y al prolongado derrumbe del imperio español.
Sin duda, surgirán voces críticas a la propuesta interpretativa que Van Young hace de la lucha por la independencia de México, pero el aporte de su obra es fundamental para comenzar a estudiar este periodo de la historia mexicana con otros ojos, y todo aquel interesado en adentrarse en este periodo no puede pasar por alto este libro, que además de derrumbar muchos mitos, también enriquece, profundiza y matiza esa “otra rebelión” tan ignorada por la historiografía nacional y nos adentra en detalles poco estudiados sobre el tema.

Alberto Barrera-Enderle


Ficha bibliográfica: Eric Van Young, La otra rebelión. La lucha por la independencia de México, 1810-1821, México: Fondo de Cultura Económica, Traducción de Rossana Reyes Vega 2006, 1007 pp.

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